Hace 17 años, la Asamblea General de las Naciones Unidas proclamó el 9 de diciembre como el Día Internacional contra la Corrupción, considerando que era necesario aumentar el conocimiento sobre este delito. Cada año se abanderan distintas causas para enfrentar esta plaga insidiosa de consecuencias corrosivas para la sociedad, como la denominó el entonces Secretario General, Kofi Annan. Este año la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC, por sus siglas en inglés) promoverá como tema prioritario: la interacción entre género y corrupción.
La agenda de género y la lucha contra la corrupción son elementos transversales en la Agenda para el Desarrollo Sostenible. Por un lado, esta agenda da a las mujeres un rol preponderante. Muchas de sus metas se centran en reconocer la igualdad y en el empoderamiento de las mujeres como objetivo y como parte de la solución para alcanzar las metas acordadas por la comunidad internacional. Por otro lado, la corrupción se reconoce como un fenómeno que entorpece los esfuerzos de los gobiernos y la sociedad para lograr el desarrollo sostenible.
La interacción entre ambos es compleja. El primer paso para entender esta relación es contar con datos con perspectiva de género, es decir, datos cuya desagregación nos permita dimensionar y comprender como los hombres, las mujeres y las personas con otras características e identidades sexuales son afectadas de manera diferenciada por la corrupción.
Se asume que los roles de género pueden ser un factor que sitúa a las mujeres en una situación de vulnerabilidad a ser víctimas de la corrupción, por las barreras o incluso riesgos sociales, políticos o culturales que enfrentan. Esto implica situaciones muy específicas, como el caso de mujeres de bajos recursos que pagan un soborno para recibir servicios de salud, o mujeres que en el contexto laboral ceden a insinuaciones sexuales para acceder a sus derechos laborales. Una situación extrema podría darse cuando personal policial facilita actividades ilícitas como la trata de personas.
En todos los casos se observa una conducta inapropiada de parte de la autoridad, que busca obtener un beneficio personal aprovechando su posición de poder. Las tres situaciones podrían ocurrir indistintamente a un hombre o a una mujer, pero las dos últimas suelen ocurrir con mayor frecuencia a las mujeres.
Prevenir la ocurrencia de estas conductas implica incorporar la perspectiva de género en la recolección de información estadística, para entender las diferencias y vulnerabilidades de las mujeres ante conductas corruptas. Esta perspectiva también debe considerarse en las políticas anticorrupción para reducir la exposición de las mujeres a este tipo de conductas.
Promover la igualdad de género puede ser una estrategia para prevenir la corrupción. Se ha observado que organizaciones gubernamentales o privadas con un gran número de mujeres laborando, sobre todo en posiciones de liderazgo, tienen menores niveles de corrupción. Esto puede relacionarse a que las mujeres son menos propicias a involucrarse en conductas riesgosas y a que persiguen agendas más responsivas a las necesidades de poblaciones vulnerables. Se puede argumentar que la presencia de las mujeres no asegura la erradicación de la corrupción, pero promover la diversidad puede contribuir a prevenirla.
La UNODC impulsa una estrategia para transversalizar la perspectiva de género en la asistencia técnica que proporciona en materia anticorrupción. Busca visibilizar la interrelación entre la corrupción y su impacto diferenciado en las personas como un elemento clave para impedir que este fenómeno obstruya el progreso hacia el desarrollo sostenible.
Salomé Flores
Oficial Nacional de Programas de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito en México
Artículo publicado en El Sol de México: https://www.elsoldemexico.com.mx/analisis/onodc-por-que-hablar-de-genero-y-corrupcion-6112314.html