23 de marzo de 2020 - Nuestro mundo se enfrenta a un enemigo en común: el COVID-19.
Al virus no le interesa la nacionalidad, la etnia, la facción o la fe. Ataca a todas las personas de forma implacable.
Mientras tanto, los conflictos armados continúan en todo el mundo.
Los más vulnerables — las mujeres y los niños, las personas con discapacidad, las personas marginadas y desplazadas — pagan el precio más alto.
También son quienes tienen el mayor riesgo de sufrir devastadoras pérdidas por el COVID-19.
No olvidemos que, en los países devastados por la guerra, los sistemas de salud han colapsado.
El personal profesional de la salud, de por sí escaso, ha sido con frecuencia atacado.
Las personas refugiadas y desplazadas por conflictos violentos son doblemente vulnerables.
La agresividad del virus muestra la locura que es la guerra.
Es por esto que hoy pido un alto inmediato al fuego en todos los rincones del mundo.
Es hora de poner el conflicto armado en aislamiento y concentrarnos juntos en la verdadera lucha de nuestras vidas.
A las partes en guerra les digo:
Cesen las hostilidades.
Dejen de lado la desconfianza y la animosidad.
Silencien las armas; detengan la artillería; pongan fin a los ataques aéreos.
Esto es crucial:
Para ayudar a crear corredores por los que pueda transitar la ayuda para salvar vidas.
Para abrir oportunidades valiosas para la diplomacia.
Para llevar esperanza a los lugares más vulnerables al COVID-19.
Inspirémonos en las coaliciones y el diálogo que poco a poco va tomando forma entre las partes rivales para permitir formas conjuntas de enfrentar el COVID-19. Pero necesitamos mucho más que eso.
Necesitamos poner fin a la dolencia de la guerra y luchar contra la enfermedad que está devastando nuestro mundo.
Esto empieza poniendo fin a los enfrentamientos en todos los lugares del mundo. Ahora.
Eso es lo que nuestra familia humana necesita, ahora más que nunca.
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