Este módulo es un recurso para los catedráticos  

 

Tipos de sistemas políticos

 

Los sistemas democráticos se caracterizan por tener Gobiernos electos por las y los ciudadanos (quienes debe tener alternativas significativas) que deben servir a los intereses de la ciudadanía. En las democracias, la ciudadanía tiene el poder y lo ejerce mediante el voto y otras formas de participación política. Los valores fundamentales que sustentan la democracia incluyen la promoción y la defensa de los derechos humanos básicos. Es conveniente distinguir entre los ideales democráticos y la manera en la que los Gobiernos democráticos funcionan en la práctica. En pocas palabras, no todas las democracias son igualmente efectivas para proteger y promover los ideales democráticos. Si bien no es el objetivo de este módulo, es importante que los estudiantes se comprometan de forma crítica con los conceptos desarrollados. Esto significa que deben evitar las presuposiciones, como, por ejemplo, que todas las democracias son consistentes con los principios «democráticos», que las instituciones democráticas necesariamente promueven los bienes públicos y que todos los Gobiernos democráticos son creados de igual manera. Las democracias, en realidad, son un tipo de sistema político donde, idealmente, el poder es de las y los ciudadanos.

Por otro lado, el poder en los sistemas autoritarios está en manos de la minoría gobernante (las autocracias son un ejemplo de un sistema autoritario con el poder en manos de una sola persona).  Los sistemas autoritarios no suelen estar sujetos a los puntos de vista y las opiniones del público, incluso aunque permitan un sistema de votación. Los valores en los que se basan se limitan a los compartidos por la minoría en el poder, y podrían estar en desacuerdo con el interés general de los ciudadanos. Existen distintos tipos de sistemas autoritarios -algunos se abordarán más adelante en este módulo- y la corrupción puede funcionar y manifestarse de manera diferente según la naturaleza de los sistemas políticos en cuestión.

Los sistemas híbridos, como su nombre lo sugiere, consisten en una combinación de características democráticas (p. ej., elecciones regulares) y autoritarias (p. ej., represión política). El grado en el que un sistema político híbrido comparte características con la democracia o el autoritarismo varía. Cabe señalar que la corrupción afecta negativamente a todo tipo de sistema político: se manifiesta en democracias nuevas o bien establecidas, en regímenes híbridos y en sistemas autoritarios o autocráticos. En este sentido, la corrupción es un ejemplo y, quizá, un síntoma del desgaste de la integridad y la ética pública, así como de la pérdida de confianza pública en los sistemas de Gobierno. Para mayor información sobre las dimensiones éticas de la sociedad y sobre la integridad y la ética pública, consulte el Módulo 3 y el Módulo 13 de la serie de módulos universitarios de E4J sobre Integridad y Ética, respectivamente.

Si bien la corrupción afecta a todas las sociedades, los expertos sostienen que la aceptación pública de la corrupción varía según las sociedades y los contextos (Heidenheimer y Johnston, 2002; Kubbe y Engelbert, 2018). Esto implica que aquello considerado como un soborno en un país puede ser visto como un regalo en otro. Sin embargo, algunas acciones corruptas ocurren tanto en los países desarrollados como en aquellos en vías de desarrollo, en los sistemas democráticos y los no democráticos. Ejemplos de estas acciones son la corrupción en los sectores de educación y defensa (consulte el Módulo  9 y el Módulo 11 de la serie de módulos universitarios de E4J sobre Lucha contra la Corrupción), la corrupción en la policía (O'Hara y Sainato, 2015) y la corrupción en el ámbito del deporte (Hough y Heaston, 2018). Según Alatas (1990, pág. 304), la corrupción es un «problema transistémico» que afecta a todas las sociedades, clases, edades y sexos, independientemente de los regímenes políticos y las organizaciones estatales, basada en tradiciones, valores, normas e instituciones específicas.

Para teorizar y comprender la corrupción en un contexto político, Johnston (2005) reclasifica los tres sistemas políticos principales (el democrático, el híbrido y el autoritario) en cuatro tipos de regímenes:

  • democracias liberales desarrolladas
  • democracias nuevas o en proceso de reforma;
  • regímenes transitorios débiles, y
  • regímenes autoritarios.

Así, según la clasificación de Johnston, existen dos tipos de sistemas híbridos dentro del rango entre la democracia y el autoritarismo. Por medio de análisis estadísticos y estudios de caso, Johnston muestra que cada uno de los cuatro tipos de regímenes están asociados con un determinado «síndrome» de corrupción que se basa en la manera en la que las personas buscan, usan e intercambian la riqueza y el poder:

  • mercados de influencia, que involucran ventajas generadas por quienes toman decisiones dentro de las instituciones
  • cárteles de élite, conformados por redes interconectadas de jefes políticos, líderes empresariales, miembros del ejército, etc., quienes suelen aprovecharse de las instituciones y los sistemas para su propio poder y beneficio
  • oligarcas y clanes, que implican monopolios y luchas de poder entre las elites gobernantes;
  • magnates, personas con poder involucradas en la corrupción con muy poca o cero competencia.

Aunque los diferentes síndromes de corrupción de Johnston son categorías conceptuales basadas en arquetipos, también son puntos de partida útiles para discutir sobre la manera en la que la corrupción puede manifestarse en distintos sistemas políticos. Reflejan diversas combinaciones de influencias y relaciones de poder en los países y, por tanto, aclaran cuestiones sobre las diferentes estrategias y reformas contra la corrupción requeridas en cada caso (Johnston, 2014, págs. 246-248). A continuación, se analizan con más detalle los cuatro síndromes.

 
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